Los Dioses y sus Bromas
Arturo von Vacano
Este Milenio portentoso que nos toca vivir como privilegio poco envidiable nos presenta en tonos perfectamente claros esa simpática cualidad que comparten los dioses (los cristianos, los judíos, los musulmanes, los aymaras, lo quechuas y los guaraníes, entre otros que me harían muy larga esta lista) y que consiste en un sentido del humor un tanto craso, no poco brutal, casi siempre temible, pero nunca más evidente.
Comenzó el Milenio con el descubrimiento pasmoso para un par de idiotas en las Islas Verdugas de que la Iglesia Católica es servida por cientos, sino miles, de sacerdotes inclinados a las más horrendas perversiones sexuales que pueda usted imaginarse, deporte al que se dedican contra el sector más indefenso de toda sociedad, los niños que padres demasiados ocupados en ganar dinero ponen cada día a su cuidado. Así, La existencia de legiones de pervertidos en sotana que crean legiones de jóvenes pervertidos ha sido aceptada por las sociedades de Occidente sin más que un par de gritos indignados.
Los dioses, que venían beneficiándose con los diezmos pagados por tales familias desde hace dos mil años, ríen su silente carcajada divina ante esta broma liviana jugada entre dos novenas. Como vemos todos, continúan riendo a pesar de haber perdido buena parte de esa fortuna dedicada en tiempos mejores a construir catedrales, conventos y mazmorras si no a emparedar monjas.
Note el perspicaz lector que toda generación anterior sabía y conocía esta debilidad de los ensotanados. La diferencia hoy consiste sólo en que todo el mundo la conoce. La identidad está en que sólo uno de cada millón ha intentado hacer algo para mejorar las cosas. Ante esa realidad, sabemos ya cual Angel ríe a destajo y se rasca la barbilla. Las cosas no han mejorado.
Ello, en cuanto al mal llamado Occidente y sus campeones.
En nuestra América cobriza también se cuecen habas en este sentido, lamentablemente, aunque aquí los dioses se presentan realmente groseros. Mal educados, diría yo.
No dudo de que mi amable lector dedica cada mañana su primera oración a la ciudad de El Alto, ese magnífico conglomerado de increíbles construcciones de adobe, calamina, cartón de embalar, latas viejas y uno que otro ladrillo que aloja a más de un millón de bípedos parlantes trilingües. Esas capacidades, entre otras, maravillan a todos sus bravos pero escasos visitantes, pero no alcanzan para vestirlos y alimentarlos como si fueran seres humanos. Que son seres humanos se descubrió en 1952, no antes. Que son poderosos seres humanos se demuestra cada día porque viven en condiciones similares a las del Polo Norte, si no peores. Que se mueren a un ritmo harto acelerado no se dice, porque sería mal visto. Pero que continúan allí, luchando día a día, que han creado una Orquesta Sinfónica Municipal, Un Taller Experimental de Teatro y otras maravillas urbanas excepto un Programa Espacial Quinquenal, son hechos de que nadie se atreve a dudar.
Lo malo fue que se olvidaron de un sistema que reemplazara su milenaria costumbre de ocultarse tras la roca más cercana cada vez que necesitan aliviar el vientre. Lo que debo decir y no quiero decir es que El Alto produce, entre las muchas maravillas que produce, un océano diario de eso que los niños de cinco años llaman caquita y que no es una masita simpática pero hedionda porque se trata de más de un millón de bípedos trilingües acostumbrados a ocultarse tras una roca tres veces al día. No pido al lector que se imagine la situación tal como es porque no soy aficionado a la tortura y porque no necesito a hacerlo. Bastará con que le pida que recuerde el Lago Titicaca, el más alto del mundo, el llamado Sagrado desde que Inti era cadete, el de las aguas cristalinas, el que aloja y protege a las Islas de las Vírgenes del Inca, el que cada aymara y cada quechua lleva en el corazón como llevan los católicos la imagen del Papa Ratzinger.
Si, ese Lago. El mismo.
Bueno, ahora es la bacinilla de El Alto. Hace seis meses que las autoridades han descubierto que la caquita de El Alto está cegando el Lago Sagrado de los Incas. Si la cosa sigue así, pronto será el Lago de Caquita más Alto del Mundo.
La verdad es que es necesario ser un dios para imaginar una broma tan pesada. No hace nueve meses de que los pueblos liberados por su propio voto acudieron a Tiahuanaco para coronar a su primer presidente indio entre pututus y bombos y agradecer a los dioses por lo que un periodista local harto respetado consideró el retorno del legendario Pachacuti. Un despreciable político local calificó esa ceremonia de “tsunami” político. Llovió todo aquel día, pero el cielo se despejó justo ante la aparición de ese presidente indio y un bello e inmenso arco iris brilló en todo su esplendor para dar mayor solemnidad a la ceremonia. Es necesario ser un cínico de nacimiento para dudar de que los dioses lo miraban todo desde detrás de sus nubes.
Especialmente porque nada de eso hubiera sido posible sin El Alto. El Alto es la causa y la razón de aquel día y de todos los días que se viven desde entonces. Es el alma de la Revolución que ese pueblo necesita y será sin duda alguna la carne de los sacrificios que pudieran exigir los días próximos.
Todo ello… ¿para terminar en el Lago de Caquita más Alto del Mundo?
Por supuesto, existe una solución también para esta broma divina, mirando la cual ríen su silente carcajada los milenarios dioses que lo habitan todavía aunque la cosa está que hiede: los patos salvajes del lago, una de las causas de orgullo y pasmo para quienes lo aman y admiran, han comenzado a morir. Las cañas de totora con que ingenieros locales construyeron la legendaria y gigante balsa Kon-Tiki para cruzar el Pacifico hasta los mares del Sur se secan y mueren hora a hora. El Lago mismo, espejo del cielo, se hace cada vez más oscuro y tenebroso. Es seguro que los sapos gigantes que habitan sus profundidades jamás vistas por ojos humanos desaparecerán una noche próxima. El Lago muere porque El Alto vive.
Pero hay una solución. Es una solución que debe esperar mi próxima nota porque por ahora se me ha acabado el espacio, y creo que se da así otra broma de los dioses.