Ambulo solo y deliro, me arrebataron la prisa , algún apretón de manos y ahora es amargo el olor de lucia en la distancia.
Al principio quise no saber, olvidar, volver como si nada hubiese cambiado, encender la tele, leer los diarios o simplemente estar en cama el domingo, quise olvidar y callé y seguí callando hasta que no pude más y cambie los nombres, los rostros y olvide las calles, los gestos, las señas, el café, las canciones
El dolor lo conocí después, el primer golpe es el más duro decía siempre la abuela de Carlos, le inventé el cabello rosado y los picaflores verdes bajando por sus trenzas. El dolor no llegó con el primer golpe, nació al despertar, después del primer golpe, después, mucho después.
Recostado sobre el miedo, sin dormir, sintiendo el calor de la sangre en mis labios no pude más y callé los nombres cambiados, me inventé lugares y lloré sobre mi sangre, con las manos hinchadas y los dedos inmóviles. He descendido hasta lo innombrable, conocí el dolor.
Los golpes si hicieron más frecuentes. desperté aquí. Casi ahogado. En el aliento esta la vida, los ancianos lo saben por eso exhalan lento como alargando el día, los niños lo intuyen por eso agitados y locos se embriagan en risas y llantos. Ellos, ellos también lo saben por eso los días se repiten.
He aprendido nuevamente a deletrear mi nombre, recobré la firmeza de mi espalda, mentí, la sonrisa de lucia se evapora en la memoria, lejano el sol, el inviernos se me ha pegado en la mirada, soy el recuerdo de mi mismo, memoria latiendo entre cuatro paredes.
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