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Sobre miseria, sociedad,
trabajo solidario y pasta base
El Uruguay que nos duele
Carlos Santiago
ALAI AMLATINA, 17/08/2006, Montevidejavascript:void(0)
Publisho.- "Se podría armar – parafraseando
el periodista argentino Luís Bruschtein - un panel con los partidarios
del modelo, esos técnicos de la macroeconomía, con discursos académicos,
despreciativos pero paternalistas hacia todo aquel que no piensa como
ellos" y del otro lado a un grupo de botijas en situación de calle o de
uruguayos que viven en ranchos de lata y cartón, u otros, que habitan
casas de material, pero en donde, vía la caída del ingreso, han
ingresado en la pobreza los que son, nada menos, algo menos de un millón.
¿Se imagina el lector a algunos periodistas especializados pontificando
luego sobre la sabiduría que surge de esos títulos que otorgan Harvard,
Chicago o Lovaina y la intranquilidad de los demás, ansiosos de
soluciones para vidas que se acaban envueltas en la miseria y parte de
los más jóvenes golpeados por el flagelo de la “maldita pasta base”?
La conclusión razonable luego de las exposiciones de los pontífices de
la economía, sería la de seguir esperando, que es la situación más
dramática para, nada menos, los niños en situación de calle que
constituyen una de las zonas más vulnerables de los dramas de la
pobreza, a lo que se le debe sumar – lo repetimos – la desdicha moderna
de la "maldita pasta base" Niños para los cuales delinquir y ser
atrapados e internados en lugares dantescos, como la Colonia Berro, es
una solución plausible para su dramática existencia.
El evidente que los muchachos no saben nada de economía, pero si de sus
efectos, que sufren sobre su piel, en sus estómagos, en su visión de la
sociedad a la que consideran enemiga y, por consiguiente, la agreden a
diario y, fundamentalmente en sus expectativas de existencia. Son niños
que viven ese día, que buscan comida – en ocasiones en los depósitos de
basura – o tratan apropiarse de lo ajeno para que reducidores les den
cuatro pesos por algo que, además del riesgo, vale cuatro mil, o tirarla
en el veneno de la "pasta base" en una de las quinientas bocas de
expendio que existen en Montevideo.
Niños que ven a los demás, a quienes no están dentro del millón de
marginados, encerrados cada día tras rejas más altas para evitar un
contacto con ellos mismos.
La sociedad uruguaya, que compite en deformidades con otras del
continente que han vivido también la crisis del modelo de acumulación
capitalista, ese que siempre, en lo grueso, privatiza las ganancias y
socializa las pérdidas, sufrió en el 2002 un desplome generalizado,
multiplicando la marginalidad de sectores de población que parecen
soldados a una situación espantosa.
La que, obviamente, no puede ser revertida de un día para otro y menos
con las dificultades del llamado Plan de Emergencia que por ahora otorga
una "ayuda" menor a algunos miles de personas, sin tener en cuenta el
número de integrantes de las familias a asistir, sin duda, una de sus
mayores desprolijidades, resultado indeseado de las urgencias de su
implementación, y que no alcanza a quienes se mueren de hambre bajo un
techo de concreto, porque en la reglamentación, ese es un hecho
invalidante para el otorgamiento de la ayuda.
Por supuesto que sabemos que la velocidad de destrucción es
infinitamente más rápida que la de reconstrucción, sobre todo en los
procesos económicos. Se necesitan cambios reales, especialmente, en una
sociedad que por la aplicación del modelo neoliberal y su inviabilidad
manifiesta, terminó esta etapa del proceso con una de las deudas
externas per cápita mayor del hemisferio occidental, la que exige al
gobierno apretar los torniquetes de la economía para lograr un superávit
previo del 3.5 por ciento.
Cifra gigantesca para los uruguayos que surgió de un acuerdo con el FMI.
Esfuerzo que ojala – guardando en un bolsillo nuestro ya histórico
escepticismo- determine que no sigamos, a contrapartida de ese esfuerzo,
pagando con la deformidad económica, la consolidación de la situación de
los marginados y asalariados hambreados por sueldos vergonzantes.
Pero hay otro hecho: la niñez no tiene esos tiempos, no puede esperar –
y seguimos parafraseando al periodista de Página 12 -. Cuando los
efectos de la marginalidad comienzan a sentirse, son miles los botijas
que pierden su educación, en un proceso de desculturización fenomenal en
su incidencia sobre la sociedad en su conjunto, soportando además las
secuelas físicas y psicológicas de la miseria.
Todo un proceso dramático que es “balconeado” por el resto de la
sociedad que se conmueve por las imágenes de los desnutridos, pero que
cuando se refiere a la problemática de la inseguridad inmediatamente los
instala en el campo del enemigo y los margina, más, mucho más.
¿Hasta cuándo?
En este todavía esperanzado país por las acciones anunciadas por el
gobierno del doctor Tabaré Vázquez, sigue inmiscuyéndose el pasado
borrascoso en el difícil presente, reduciendo y desorientando a las
fuerzas que ya deberían estar desplegadas combatiendo, tratando de
torcer – a marcha forzada – las desigualdades estampadas por el modelo.
“Es que van tan solo 18 meses de gobierno”, nos dicen.
Claro, sobre los uruguayos, están cayendo las realidades del pasado que
impiden, desde una visión macroeconómica, sortear las parálisis de la
economía, que pese a los índices positivos de exportación, a la cifras
anuales de crecimiento, mantiene sus desigualdades, lo que implica que
no se cumplan algunos de los elementos sustanciales que están,
obviamente, vinculados a los anuncios anteriores.
Mientras que la riqueza que ingresa al país siga sin redistribuirse
equitativamente no habrá ningún camino posible para modificar la
realidad social y el país – más allá de los aplausos del FMI (por los
adelantos del pago de la deuda) y del Banco Mundial (por la adecuación
de la política macroeconómica a sus visiones) – se seguirá acumulando
para cubrir la exigencia del superávit primario y con ello pagar con
regularidad los próximos vencimientos de la deuda. Pero, ¿hasta cuándo?
Hay alguna gente que no puede esperar…
No habrá manera de reactivar la industria, porque nadie vendrá desde
afuera a abrir fábricas, sin que mejore la capacidad de compra de los
uruguayos, que multiplicaría la actividad también al comercio. Así se
abrirían las fábricas para que la transformación de las materias primas
determine que haya una menor desocupación, más ingreso en las familias y
se ponga en marcha el mecanismo de crecimiento de la economía que está
siempre vinculado a la capacidad de compra de la gente. Hoy el país está
en un proceso de crecimiento montado en su buena performance
exportadora, pero – como se ha demostrado reiteradamente – ese tipo de
progreso es el más vulnerable y cambiante.
Un desinterés para la inversión que puede dejar fuera solo a aquellas
empresas que tienen clientela cautiva, las que tienen dos cualidades:
ser monopólicas y funcionar bajo la propiedad del Estado. Pero estas por
ahora no están en oferta…
Todos esos malos, feos y sucios, que pululan por las ciudades, duermen
en las ochavas bajo cartones (ahora en los refugios adecuadamente
implementados), los que logran la formal conmiseración de todos, pero
que nadie quiere cerca y los otros, que en ranchos de lata y cartón,
malviven entre el barro, sin calor ni esperanza, merecen que pensemos en
ellos e intentemos – más allá de los análisis macroeconómicos –
multiplicar la actividad para comenzar a incluirlos.
De lo contrario el necesario Plan de Emergencia, se convertirá en un
simple intento de asistencialismo que no tendrá futuro. Por eso hace muy
bien el Ministerio que encabeza Marina Arismendi en tratar de continuar
las soluciones de emergencia, que incluye la pequeña prestación a las
familias, con un plan de trabajo solidario.
Porque – repetimos – mucha gente está sumida en la inmediatez de la
miseria y no tiene fuerzas para esperar que el TLC (o como se llame),
obtenga un acabado desarrollo de nuestro comercio internacional y, como
maná desde el cielo, ingresen al país capitales de riesgo para
desarrollar nuestra economía.
La prisa no es un buen estímulo, pero ¿qué le podemos decir hoy a una de
las “madres de la plaza” que reclaman soluciones al flagelo de la “pasta
base” y sus bocas de expendio, para no dedicar a un grupo selecto de
policías a combatir ese criminal comercio, cuando la vida de sus hijos y
de ellas mismas depende de esa acción que debe implementar el Estado?
¿Qué no hay fondos suficientes para ello?
¿No hemos comprendido todavía que en ese combate, que no es simbólico
sino concreto, y en él está contenido todo el sentido de existencia de
un Estado, de una democracia, se demuestra si todos somos iguales ante
la Ley y si ese propio Estado se revela también contra la injusticia?
¿Por qué, entonces, la dualidad de criterios?
- Carlos Santiago es periodista. Secretario de redacción de Bitácora.
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