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martes, 16 de junio de 2009

CONTRACANTO A WALT WHITMAN




CONTRACANTO A WALT WHITMAN

Pedro Mir

Canto a nosotros mismos


Contracanto a un célebre poema

de Walt Whitman publicado en 1855

con el título de "Canto a mí mismo"






Yo, maestro Gonzalo de Berceo, nomnado...

(siglo XIII)


Yo, Walt Whitman, un cosmos,

un hijo de Manhattan...

"CANTO A MÍ MISMO"

(Song of myself)


Pável perdió la sensación de individualidad. Todos aquellos días estaban saturados de cruentos combates. Korchaguin se fundió en la masa y, como cada uno de los combatientes, pareció haber olvidado la palabra "yo" quedando únicamente "nosotros": nuestro regimiento, nuestro escuadrón, nuestra brigada.

N. Ostrovsky: ASÍ SE TEMPLÓ EL ACERO.




Yo,

un hijo del Caribe,

precisamente antillano.

Producto primitivo de una ingenua

criatura borinqueña

y un obrero cubano,

nacido justamente, y pobremente,

en suelo quisqueyano.

Recorrido de voces,

lleno de pupilas

que a través de las islas se dilatan,

vengo a hablarle a Walt Whitman,

un cosmos,

un hijo de Manhattan.

Preguntarán

¿quién eres tú?

Comprendo.

Que nadie me pregunte

quién es Walt Whitman.

Iría a sollozar sobre su barba blanca.

Sin embargo,

voy a decir de nuevo quién es Walt Whitman,

un cosmos,

un hijo de Manhattan.






1


Hubo una vez un territorio puro.

Árboles y terrones sin rúbricas ni alambres.

Hubo una vez un territorio sin tacha.

Hace ya muchos años. Más allá de los padres de los padres

las llanuras jugaban a galopes de búfalos.

Las costas infinitas jugaban a las perlas.

Las rocas desceñían su vientre de diamantes.

Y las lomas jugaban a cabras y gacelas...

Por los claros del bosque la brisa regresaba

cargada de insolencias de ciervos y abedules

que henchían de simiente los poros de la tarde.

Y era una tierra pura poblada de sorpresas.

Donde un terrón tocaba la semilla

precipitaba un bosque de dulzura fragante.

Le acometía a veces un frenesí de polen

que exprimía los álamos, los pinos, los abetos,

y enfrascaba en racimos la noche y los paisajes.

Y eran minas y bosques y praderas

cundidos de arroyuelos y nubes y animales.





2


(¡Oh, Walt Whitman de barba luminosa...!)

Era el ancho Far-West y el Mississippi y las Montañas

Rocallosas y el Valle de Kentucky

y las selvas de Maine y las colinas de Vermont

y el llano de las costas y más...

Y solamente

faltaban los delirios del hombre y su cabeza.

Solamente faltaba que la palabra

mío

penetrara en las minas y las cuevas

y cayera en el surco y besara la Estrella

Polar. Y cada hombre

llevara sobre el pecho,

bajo el brazo, en las pupilas y en los hombros,

su caudaloso yo,

su permanencia

en sí mismo,

y lo volcara por aquel desenfrenado territorio.





3


Que nadie me pregunte

quién es Walt Whitman.

A través de los siglos

iría a sollozar sobre su barba blanca.

He dicho que diré

y estoy diciendo

quién era el infinito y luminoso.

¡Walt Whitman,

un cosmos

un hijo de Manhattan!





4


Hubo una vez un intachable territorio puro.

Solamente faltaba que la palabra

mío

penetrara su régimen oscuro.

Sin embargo,

el yo que iba a decirla estaba allí

pero cogido

como un pez

en su red de costillas.

Estaba

pero interno, pero adusto y confinado

y amaba y deshojaba sus novias amarillas.

Afuera estaba el firme sistema de la Ley.

Estaba la celosa

regulación de la conducta.

La Ley del algodón, la Ley del sueño,

la Ley inglesa, dura y definitiva.

Y apenas

un breve yo surgía entre dos párpados,

se iluminaba d cumplimiento de la Ley.

Y entonces,

cada cual derogaba su yo desestimado

entre el musgo, la sombra, la amapola

y el buey.





5


Y un día

(¡Oh, Walt Whitman de barba insospechada...!)

al pie de la palabra

yo

resplandeció la palabra

Democracia.

Fue un salto.

De repente

el más recóndito yo

encontró su secreto beneficio.

Libertad de Trabajo. Libertad de Conciencia.

Libertad de Palabra. Libertad de Camino.

Libertad de aventura, proyecto y fantasía.

Libertad de fracaso, de amor y de apellido.

Libertad sin retorno ni vértices ni orugas.

Libertad de quererme y mirarme en su pupila.

Libertad de la dulce asamblea que tengo en mi corazón

contigo y con toda la infinita humanidad que rueda a través

de todas las edades, los años, las tierras, los países,

los credos, los horizontes... y fue

la necesaria instalación del júbilo.

Las colinas desataron luceros y luciérnagas.

Las uvas se embriagaron de vino y de perennidad.

En todo el territorio

se hizo la gran puerta de la oportunidad

y todo el mundo tuvo acceso a la palabra

mío.





6


¡Oh, Walt Whitman, tu barba sensitiva

era una red al viento!

Vibraba y se llenaba de encendidas figuras

de novias y donceles, de bravos y labriegos,

de ruidos mozalbetes camino del riachuelo,

de guapos con espuelas y mozas con sonrisa,

de marchas presurosas de seres infinitos,

de trenzas o sombreros...

Y tú fuiste escuchando

camino por camino

golpeándoles el pecho

palabra con palabra.

¡Oh, Walt Whitman de barba candorosa,

alcanzo por los años tu roja llamarada!





7


Los hombres avanzaron con su suerte

robusta y masculina,

sudorosa. Pilotearon los barcos

y los días. En la ruta pelearon con los indios

y las indias. En las noches contaron sus historias

y ciudades. En la brisa colgaron sus camisas

y caminos. En los valles pusieron diligencias

y ciudades. En la brisa colgaron sus camisas

y el olor de los pechos procedentes del hacha

y a veces se extraviaron en las sombras

de un vientre de muchacha...

Aquel territorio fue creciendo hacia arriba

y hacia abajo.

Rascacielos

y minas

se iban alejando de la tierra,

unidos y distantes.

Los más fuertes, los más iluminados, los más

capaces de violar un camino, fueron adelante.

Otros quedaron atrás. Pero la marcha

seguía sin sosiego, sin volver la mirada.

Era preciso

confianza en sí mismo.

Era preciso

fe.

Y suavemente se forjó la canción:

yo el cow-boy y yo el aventurero

y yo el pioneer y yo el lavador de oro

y yo Alvin, yo William con mi nombre y mi suerte de barajas,

y yo el predicador con mi voz de barítono

y yo la doncella que tengo mi cara

y yo la meretriz que tengo mi contorno

y yo el comerciante, capitán de mi plata

y yo

el ser humano

en pos de la fortuna para mí, sobre mí,

detrás de mí.

Y con el mundo entero

a mis pies, sometido a mi voz,

recogido en mi espalda

y la estatura de la cordillera yo

y las espigas de la llanura yo

y el resplandor de los arados yo

y las orillas de los arroyos yo

y el corazón de la amatista yo

y yo

¡Walt Whitman,

un cosmos,

un hijo de Manhattan...!






8


¡Secreta maravilla de una historia que nace...!

Con aquel ancho grito

fue construida una nación gigante.

Formada de relatos y naciones pequeñas

que entonces se encontraban como el mundo

entre dos grandes mares...

Y luego

se ha llenado de golfos, islotes y ballenas,

esclavos, argonautas y esquimales...

Por los mares bravíos

empezó a transitar el clíper yanqui,

en tierra se elevaron estructuras de acero,

se escribieron poemas y códigos y mármoles

y aquella nación obtuvo sus ardientes batallas

y sus fechas gloriosas y sus héroes totales

que tenían aún entre los labios

la fragancia

y el zumo

de la tierra olorosa con que hacían su pan,

su trayecto y su equipaje...

Y aquella fue una gran nación de rumbos y albedrío.

Y el yo

—la rotación de todos los espejos

sobre una sola imagen—

halló su prodigioso mensaje primitivo

en un inmenso, puro, territorio intachable

que lloraba la ausencia de la palabra

mío.





9


Porque

¿qué ha sido un gran poeta indeclinable

sino un estanque límpido

donde un pueblo descubre su perfecto semblante?

¿qué ha sido

sino un parque sumergido

donde todos los hombres se reconocen

por el lenguaje?

¿y qué

sino una cuerda de infinita guitarra

donde pulsan los dedos de los pueblos

su sencilla, su propia, su fuerte y

verdadera canción innumerable?

Por eso tú, numeroso Walt Whitman, que viste y deliraste

la palabra precisa para cantar tu pueblo,

que en medio de la noche dijiste

yo

y el pescador se comprendió en su capa

y el cazador se oyó en mitad de su disparo

y el leñador se conoció en su hacha

y el labriego en su siembra y el lavador

de oro en su semblante amarillo sobre el agua

y la doncella en su ciudad futura

que crece y que madura

bajo la saya

y la meretriz en su fuente de alegría

y el minero de sombra en sus pasos debajo de la patria...

cuando el alto predicador, bajando la cabeza,

entre dos largas manos, decía

yo

y se encontraba unido al fundidor y al vendedor

y al caminante oscuro de suave polvareda

y al soñador y al trepador

y al albañil terrestre parecido a una lápida

y al labrador y al tejedor

y al marinero blanco parecido a un pañuelo...

Y el pueblo entero se miraba a sí mismo

cuando escuchaba la palabra

yo

y el pueblo entero se escuchaba en ti mismo

cuando escuchaba la palabra

yo, Walt Whitman, un cosmos,

un hijo de Manhattan...

Porque tú eras el pueblo, tú eras yo,

y yo era la Democracia, el apellido del pueblo,

y yo era también Walt Whitman, un cosmos,

un hijo de Manhattan...!





10


Nadie supo qué noche desgreñada,

un rostro frío, de bajo celentéreo,

se halló en una moneda. Qué reseco semblante

se pareció de pronto a un círculo metálico y sonoro.

Qué cara seca vio en circulación de mano en mano.

Qué seca boca dijo de pronto

yo

y empezó a conjugarse, a cumplirse y a multiplicarse

en todas las monedas.

En monedas de oro, de cobre, de níquel,

en monedas de manos, de venas de vírgenes,

de labradores y pastores, de cabreros y albañiles.

Nadie supo quién fue el desceñido primero.

Mas se le vio una mañana adquirir el crepúsculo.

Mas se le vio otra mañana comprar la conciencia.

Y del fondo de los ríos, de los barrancos, de la médula

de los arbustos, del filo de las cordilleras,

pasando por torrentes de sudor y de sangre,

surgieron entonces los Bancos, los Trusts, los monopolios,

las Corporaciones... Y, cuando nadie lo supo,

fueron a dar allí la cara de la niña y el corazón

del aventurero y las cabriolas del cow-boy y los anhelos

del pioneer... y todo aquel inmenso territorio

empezó a circular por las cajas de los Bancos, los libros

de las Corporaciones, las oficinas de los rascacielos,

las máquinas de calcular...

y ya:

se le vio una mañana adquirir la gran puerta de la

oportunidad

y ya más nadie tuvo acceso a la palabra mío

y ya más nadie ha comprendido la palabra yo.





11


Preguntadlo a la noche y al vino y a la aurora...

Por detrás de las colinas de Vermont, los llanos de

las costas,

por el ancho Far-West y las Montañas Rocallosas,

por cl valle de Kentucky y las selvas de Maine.

Atravesad las fábricas de muebles y automóviles, los

muelles,

las minas, las casas de apartamientos, los ascensores

celestiales,

los lupanares, los instrumentos de los artistas;

buscad un piano oscuro, revolved las cuerdas,

los martillos, el teclado, rompedle el arpa silenciosa

y tiradla sobre los últimos raíles de la madrugada...

Inútilmente.

No encontraréis el limpio acento de la palabra

yo.

Quebrad un teléfono y un disco de baquelita,

arrancadle los alambres a un altoparlante nocturno,

sacad al sol el alma de un violín Stradivarius...

Inútilmente.

No encontraréis el limpio acento de la palabra

yo.

(¡Oh, Walt Whitman, de barba desgarrada!)

¡Qué de rostros caídos, qué de lenguas atadas,

qué de vencidos hígados y arterias derrotadas...!

No encontraréis

más nunca

el acento sin mancha

de la palabra

yo.





12


Ahora,

escuchadme bien:

si alguien quiere encontrar de nuevo

la antigua palabra

yo

vaya a la calle del oro, vaya a Walt Street.

No preguntéis por Mr. Babbitt. Él os lo dirá.

—Yo, Babbitt, un cosmos,

un hijo de Manhattan.

Él os lo dirá

—Traedme las Antillas

sobre varios calibres presurosos sobre cintas

de ametralladoras, sobre los caterpillares de los tanques

traedme las Antillas.

Y en medio de un aroma silencioso

allá viene la isla de Santo Domingo.

—Traedme la América Central.

Y en medio de un aroma pavoroso

allá viene callada Nicaragua.

—Traedme la América del Sur.

Y en medio de un aroma pesaroso

allá viene cojeando Venezuela.

Y en medio de un celeste bogotazo

allá viene cayendo Colombia.

Allá viene cayendo Ecuador.

Allá viene cayendo Brasil.

Allá viene cayendo Puerto Rico.

En medio de un volumen salino

allá viene cayendo Chile...

Vienen todos. Allá vienen cayendo.

Cuba trae su dolor envuelto en un estremecimiento

de comparsas.

México trae su rencor envuelto en una sola mirada

fronteriza.

Y Haití, y Uruguay y Paraguay, vienen cayendo.

Y Guatemala, El Salvador y Panamá, vienen cayendo.

Vienen todos. Vienen cayendo.

No preguntéis por Mr. Babbitt, os lo he dicho.

—Traedme todos esos pueblos en azúcar, en nitrato,

en estaño, en petróleo, en bananas,

en almíbar

traedme todos esos pueblos.

No preguntéis por Mr. Babbitt, os lo he dicho.

Vienen todos, vienen cayendo.





13


Si queréis encontrar el duro acento moderno

de la palabra

yo

id a Santo Domingo.

Pasad por Nicaragua. Preguntad en Honduras.

Escuchad al Perú, a Bolivia, a la Argentina.

Dondequiera hallaréis un capitán sonoro

un yo.

Un jefe luminoso,

un yo, un cosmos,

Un hombre providencial,

un yo, un cosmos, un hijo de su patria.

Y en medio de la noche fragorosa de la América

escucharéis, detrás de madureces y fragancias,

mezclados con sordos quejidos, con blasfemias y gritos,

con sollozos y puños, con largas lágrimas y largas

aristas y maldiciones largas

un yo, Walt Whitman, un cosmos,

un hijo de Manhattan.

Una canción antigua convertida en razón de fuerza

entre los engranajes de las factorías, en las calles

de las ciudades. Un yo, un cosmos, en las guardarrayas,

y en los vagones y en los molinos de los centrales.

Una canción antigua convertida en razón de sangre y

de miseria,

un yo, un Walt Whitman, un cosmos,

un hijo de Manhattan...!





14


Porque

¿qué ha sido la ventura de los pueblos

si no un cambio continuo, un movimiento eterno,

un fuego infinito que se enciende y que se

apaga?

¿Qué ha sido

si no un chorro incontenido,

espejo ayer de oteros y palmares,

hoy nube blanca?

¿Y qué

si no una brega infatigable

en que hoy manda un puñado de golosos

y mañana los puños deliciosos,

fragantes y frenéticos del pueblo

innumerable?

Por eso tú, innúmero Walt Whitman,

que en mitad de la noche dijiste

yo

y el herrero sonoro se descubrió en la llama

y el forjador y el fogonero

y el cuidador del faro, celeste de miradas,

y el fundidor y el leñero

y la niña celeste colando la alborada

y el pionero y el bombero

y el cochero y el aventurero y el arriero...

que en medio de la noche dijiste

Yo, Walt Whitman, un cosmos,

un hijo de Manhattan

y un pueblo entero se descubrió en tu lengua

y se lanzó de lleno a construir su casa,

hoy,

que ha perdido su casa,

hoy,

que tiene un puñado de golosos sonrientes y

engreídos,

hoy,

que ha cambiado el fuego infinito que se

enciende y que se apaga

hoy...

hoy no te reconoce

desgarrado Walt Whitman,

porque tu signo está guardado en las cajas de los Bancos,

porque tu voz está en las islas guardadas por arrecifes

de bayonetas y puñales,

porque tu voz inunda los decretos y los centros

de Beneficencia

y los juegos de lotería,

porque hoy,

cuando un magnate sonrosado,

en medio de la noche cósmica,

desenfrenadamente dice

yo

detrás de su garganta se escucha el ruido

de la muchedumbre

ensangrentadas explotadas refugiadas

que torvamente dicen

y escupen sangre entre los engranajes,

en las fronteras y las guardarrayas...

¡Oh, Walt Whitman de barba interminable!




15


Y ahora

ya no es la palabra

yo

la palabra cumplida

la palabra de toque para empezar el mundo.

Y ahora

ahora es la palabra

nosotros.

Y ahora,

ahora es llegada la hora del contracanto.

Nosotros los ferroviarios,

nosotros los estudiantes,

nosotros los mineros,

nosotros los campesinos,

nosotros los pobres de la tierra,

los pobladores del mundo,

los héroes del trabajo cotidiano,

con nuestro amor y con nuestros puños,

enamorados de la esperanza.

Nosotros los blancos,

los negros, los amarillos,

los indios, los cobrizos,

los moros y morenos,

los rojos y aceitunados,

los rubios y los platinos,

unificados por el trabajo,

por la miseria, por el silencio,

por el grito de un hombre solitario

que en medio de la noche,

con un perfecto látigo,

con un salario oscuro,

con un puñal de oro

y un semblante de hierro,

desenfrenadamente grita

yo

y siente el eco cristalino

de una ducha de sangre

que decididamente se alimenta en

nosotros

y en medio de los muelles alejándose

nosotros

y al pie del horizonte de las fábricas

nosotros

y en la flor y en los cuadros y en los túneles

nosotros

y en la alta estructura camino de las órbitas

nosotros

camino de los mármoles

nosotros

camino de las cárceles

nosotros...




16


Y un día,

en medio del asombro más grande de la historia,

pasando a través de muros y murallas

la risa y la victoria,

encendiendo candiles de júbilo en los ojos

y en los túneles y en los escombros,

¡oh, Walt Whitman de barba nuestra y definitiva!

Nosotros para nosotros, sobre nosotros

y delante de nosotros...

Recogeremos puños y semilleros de todos los pueblos

y en carrera de hombros y brazos reunidos

los plantaremos repentinamente

en las calles de Chile, de Ecuador y Colombia,

de Perú y Paraguay,

de El Salvador y Brasil,

en los suburbios de Buenos Aires y de La Habana

y allá en Macorís del Mar, pueblo pequeño y mío,

hondo rincón de aguas perdido en el Caribe,

donde la sangre tiene

cierto rumor de hélices quebrándose en el río...

¡Oh, Walt Whitman de estampa proletaria!

Por las calles de Honduras y el Uruguay.

Por los campos de Haití y los rumbos de Venezuela.

En plena Guatemala con su joven espiga.

En Costa Rica y en Panamá.

En Bolivia, en Jamaica y dondequiera,

dondequiera que un hombre de trabajo

se trague la sonrisa,

se muerda la mirada,

escupa la garganta silenciosa

en la faz del fusil y del jornal.

¡Oh, Walt Whitman!

Blandiendo el corazón de nuestros días delante

de nosotros,

nosotros y nosotros y nosotros.




17


¿Por qué queríais escuchar a un poeta?

Estoy hablando con unos y con otros.

Con aquellos que vinieron a apartarlo de su pueblo,

a separarlo de su sangre y de su tierra,

a inundarle su camino.

Aquellos que lo inscribieron en el ejército.

Los que violaron su barba luminosa y le pusieron un fusil

sobre sus hombros cargados de doncellas y pioneros.

Los que no quieren a Walt Whitman el demócrata,

sino a un tal Whitman atómico y salvaje.

Los que quieren ponerle zapatones

para aplastar la cabeza de los pueblos.

Moler en sangre las sienes de las niñas.

Desintegrar en átomos las fibras del abuelo.

Los que toman la lengua de Walt Whitman

por signo de metralla, por bandera de fuego.

¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy

levantados para justificarte!

“—¡Poetas venideros, levantaos, porque vosotros debéis

justificarme!”

Aquí estamos, Walt Whitman, para justificarte.

Aquí estamos

por ti

pidiendo paz.

La paz que requerías

para empujar el mundo con tu canto.

Aquí estamos

salvando tus colinas de Vermont,

tus selvas de Maine, el zumo y la fragancia de tu tierra,

tus guapos con espuelas, tus mozas con sonrisas,

tus rudos mozalbetes camino del riachuelo.

Salvándolos, Walt Whitman, de los traficantes

que toman tu lenguaje por lenguaje de guerra.

¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy,

los obreros de hoy, los pioneros de hoy, los campesinos

de hoy,

firmes y levantados para justificarte!

¡Oh, Walt Whitman de barba levantada!

Aquí estamos sin barba,

sin brazos, sin oído,

sin fuerzas en los labios,

mirados de reojo,

rojos y perseguidos,

llenos de pupilas

que a través de las islas se dilatan,

llenos de coraje, de nudos de soberbia

que a través de los pueblos se desatan,

con tu signo y tu idioma de Walt Whitman

aquí estamos

en pie para justificarte,

continuo compañero de Manhattan!


1952

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