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martes, 11 de julio de 2006

Llueve otra vez

El eco de las campanas repica a lo lejos, una tras otra marcan la medianoche, algunos autos se entretienen en el rojo del semáforo, el frío colándose por los vidrios entreabiertos, empañándolos, la llovizna persistente formaba pequeños ríos entre la acera y la basura amontonada. Los perros empapados y goteantes husmeaban la basura, en la esquina, una vieja vendedora de dulces dormía apoyada contra el dintel de la puerta, el farol dibujaba sobre ella una escena del viejo Matisse.

Con los cabellos mojados y el paso tambaleante un borracho se acerco rebuscando un par de monedas en el bolsillo, - Cigarrillos sueltos véndeme casera, que porquería de lluvia, cualquiera nomás, total con este frío y lo borracho que estoy cualquiera da lo

mismo.

La anciana recibió las monedas, mientras le entregaba un encendedor que el borracho acercó al cigarrillo que ya descansaba en sus labios, los alumbro el farol titubeante de un coche mientras la anciana agradecía a dios y se acurrucaba nuevamente.

El levantó el cuello del saco, guardó las manos en los bolsillos, satisfecho de si mismo recordó la mañana, cuando aun acostado recontó una a una sus pertenencias, todo lo que tenia estaba allí, al alcance de su mano, su universo, su pequeño imperio, cabía en una habitación de tres por tres. En la ducha recordó el trabajo, los inventarios del almacén, se acordó de su pueblo, de las calles de tierra, del bar de la plaza, los domingos de fútbol. Al salir de la ducha se vistió, apuró una taza de café y se miro al espejo.

– que bien me queda este pantalón y además me trae suerte, estoy seguro hoy será un gran día se había dicho en la mañana. El ladrido de un perro lo sacó de sus pensamientos apuro el paso, sonrió y se perdió en la noche.

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